El teclado de mi computadora está humedecido por las lágrimas que no paran de brotar de mis ojos rasgados y añejados por tanto dolor. Ojalá esa agua que fluye como torrentes en los ojos de millones de personas, indignadas por este genocidio contra el pueblo palestino ayude a limpiar tantas injusticias.
Querida hermana Palestina: escribo desde tierras muy lejanas, desde mi territorio de Puelmapu, Territorio Mapuche, en el sur de la Patagonia, bajo administración del estado argentino. Soy hija de una nación también invadida, el pueblo nación Mapuche, un pueblo que aún recuerda sus días de libertad, cuando recorríamos sin fronteras y sin alambres nuestra Wall Mapu. Al igual que tu pueblo, querida hermana, el mío también conoce la injusticia del despojo, el dolor del genocidio, la desolación de ser esclavos en nuestra propia tierra, las deportaciones de la muerte, las reubicaciones forzadas; hemos palpado la indolencia del mundo, y aún hoy padecemos la imposición de dos estados coloniales, Argentina y Chile, que continúan persiguiéndonos, encarcelándonos y asesinándonos. Mi familia ha sobrevivido de manera milagrosa a campos de concentración de tortura y exterminio, de ahí vengo, de un linaje enraizado en lo profundo de la memoria telúrica de estos territorios, un pueblo nación corajudo y lleno de dignidad. El pueblo Palestino habita mi corazón desde hace algunos años cuando supe que allá en el lejano y a la vez tan cercano medio oriente, una historia similar a la nuestra estaba sucediendo, un pueblo originario, el Pueblo Palestino, invadido por un estado colonial, Israel, tan parecido todo con algunas décadas de diferencia, ya que el estado argentino terminó su campaña genocida a finales de 1800, pero su estado se asienta definitivamente en Puelmapu a principios de 1900.
Me atraviesa el cuerpo cada bala que mata la vida de mis hermanas y hermanos palestinos, revivo el genocidio con cada bomba que cae sobre Gaza, con cada niño asesinado, la muerte de inocentes diseminándose a lo largo del territorio Palestino en manos del estado Israelí. He recibido de mis mayores una enseñanza muy muy antigua en la filosofía de mi pueblo Mapuche, nuestro kuifikimvn, me hablan del YERPUN, atravesar la noche para ser persona, elevando nuestro SER como humanidad; debemos atravesar obstáculos, dolores, penas profundas, atravesar la noche más obscura para amanecer a un nuevo día, luminoso y pleno. Me pregunto: ¿cuándo atravesaremos la noche? ¿qué ha pasado con el pueblo judío que también tuvo su noche larga y profunda? ¿acaso se quedó en la obscuridad? ¿O han sido secuestrados por quienes gobiernan las noches inoculando las peores pesadillas? ¿Tal vez los monstruos de la noche han tomado el control del mundo adormeciendo nuestros sentidos, con somníferos cargados de mentiras? Tendremos muchos YERPUN, hermana querida, pero más temprano que tarde los pueblos telúricos atravesaremos la noche, y las fuerzas militares coloniales tendrán que rendirse frente a la unidad de los pueblos, a la solidaridad y la fuerza de justicia y hermandad de una humanidad que en todos los confines seguirá en las calles convencida de que mientras no haya justicia, para los criminales no habrá paz.
Desde siempre las fuerzas de ocupación actúan poniendo en marcha un aparato propagandístico que acalla la conciencia de los pueblos, que justifica ante el mundo sus aberrantes crímenes. La narrativa colonial comienza con el señalamiento de las víctimas como terroristas, y los estados terroristas como justicieros. La nación Mapuche conoce muy bien ese perverso cuento, que les funciona a los opresores porque el racismo, estructurando la doctrina de las democracias odiantes, no es cuestionado por la inmensa mayoría de la población mundial. Una pequeña porción de la humanidad que concentra el poder es supremacista, racista y ha decidido que la vida de los pueblos racializados no importa. He sabido que una parte de la población judía está reprimida por la tiranía de los genocidas que gobiernan el estado de Israel; sé que mujeres y hombres judíos han levantado valientemente su voz para vociferar su rabia y dejar claro que no permitirán que en su nombre se siga asesinando a un pueblo. Muchas de estas valientes personas han sufrido el maltrato, la tortura y encierro por las fuerzas represivas del gobierno ultra derechista sionista y fascista israelí. Esa fracción de hermanas y hermanos judíos antisionistas son perseguidos por sentir y asumir su profunda humanidad, avergonzados de los asesinos que dicen representarlos. Extiendo también mi abrazo a ellas y ellos; me recuerdan a las argentinas y argentinos que valientemente salieron a denunciar al estado junto al pueblo mapuche cuando las balas del comando unificado argentino disparaban contra nuestras niñeces, hace tan sólo un año atrás. Por supuesto el repudio a esa cacería de niños y mujeres mapuche no fue masiva, apenas un puñado de seres conscientes y solidarios. Siempre habrá una voz que surja sabia y valientemente para decir ¡Basta!. En estos días me han hablado de Hannah Arendt, judía, sionista y sin embargo perseguida y odiada por los suyos, que no le permitieron su revisionismo, sus críticas e interpelaciones, ante un nacionalismo colonial y racista que se anunciaba tan cruel como sus persecutores nazis. Ella pudo ver en qué se convertiría esa fuerza política que se articulaba, para sostener una ocupación por la fuerza, sanguinaria y cruel. Deseo tanto querida hermana Palestina que las mujeres del mundo nos unamos en un llamado a un paro mundial contra el genocidio. Para parar la guerra tal vez funcione parar el mundo, y quienes lucran con la guerra, los verdaderos beneficiarios de esta masacre, sepan que estamos decididas a arrancarles nuestro derecho a la justicia y a la paz. Creo firmemente en nuestra fuerza, en nuestra capacidad de urdir consensos, en nuestro discernimiento para ver por encima de todas las diferencias la importancia de sostener la VIDA. Mi querida hermana Palestina, abrazo con todo mi ser lleno de amor a tu pueblo, me avergüenza mis limitaciones e impotencia frente a lo que están atravesando, créeme que desearía estar allí ayudando, como mujer Mapuche, sé lo que es estar carente de todo, y lo maravilloso que resulta cuando en medio de la desazón una mano amiga se extiende con la ayuda que precisamos. Deseo la libertad de tu pueblo tanto como sueño con la libertad del mío.
Weayiñ lamngen Palestina! ¡Venceremos hermana Palestina!
Desde la cordillera sur Puelwillimapu, por territorio, justicia y libertad, marici weu!!
Moira Millan- Weychafe Mapuche